En perspectiva
Por Victoria Parra
La metáfora de las gafas violeta es totalmente cierta. Cuando te vuelves feminista, tu forma de relacionarte con todo cambia y los libros no se salvan de eso. Mi acercamiento a la literatura partió, como para la mayoría, leyendo autores hombres. Se me hacía normal, lo pasaba bien y sin duda les debo mucho. Leer es mi relación más larga, uno de los pocos hábitos que he podido mantener durante toda mi vida, pero cuando empecé a ver todo filtrado a través de las gafas violeta, me empezaron a incomodar mis lecturas y cada página me hacía reflexionar si las frases machistas que pillaba leyendo se las aguantaría a un amigo, a mi papá o a un tipo que me grite en la calle.
Quizás idealizo mucho la lectura, sé que lo hago, pero siento que formo un lazo lectora-escritor al momento de leer y me cuesta aceptar que la persona que escribe está pensando eso de mí, de nosotras, que somos un objeto del cual burlarse, del cual abusar o menospreciar. Debo admitir que hay veces que lo intento, intento entregarme a una lectura, dejar que fluya y hacerme la loca con algunos comentarios en el ejercicio de solo leer y relajarme, pero no puedo. Basta con un párrafo misógino para salir de ese trance en el que estaba pegada leyendo, empiezo a pasar rabia y siento que le hablo al autor, le pregunto ¿por qué hiciste eso si íbamos tan bien?
“no me deja de molestar la complicidad que existe en el medio cultural, que muchas veces con atento al mercado reduce las denuncias a comentarios morales”
He tenido innumerables discusiones con personas, todos hombres, que perdonan esto por el bien del arte, porque consideran que la literatura trasciende esos límites, porque yo soy exagerada, soy mala lectora, me doy color, no me fijo en lo verdaderamente importante.
Hace poco leí El consentimiento de Vanessa Springora, libro donde la autora relata la historia del abuso perpetrado por Gabriel Matzneff, escritor con el que tuvo una “relación” cuando ella tenía 14 años y él alrededor de 50. En aquel entonces, todos sabían de los delitos sexuales de Matzneff, no por sus víctimas, sino por él mismo. Sus libros se trataban de las “relaciones” que tenía con menores de edad, de sus viajes a Filipinas para abusar de niños pobres y su amor por los “culos frescos”. Esto no se vendía como ficción e incluso en el libro en donde él habla sobre Vanessa, decía explícitamente que era su diario de vida. Pero al parecer, eso no importaba en el entendido de que su literatura era considerada buena. Treinta años más tarde, Vanessa Springora publicó El consentimiento. En este libro se presenta su versión de la historia con su abusador y el dolor que experimentó. A pesar de que todo esto ya se sabía, generó tanto revuelo, que la imagen de Matzneff empezó a caer, la editorial Gallimard retiró de circulación la obra del escritor y el gobierno francés le quitó la pensión que recibía por su aporte literario al país.
Por lo menos a mí, como lectora y feminista, no me deja de molestar la complicidad que existe en el medio cultural, que muchas veces con atento al mercado reduce las denuncias a comentarios morales. Estamos hablando de delitos y es crudo ver cómo incluso en estas situaciones hay quienes –una mayoría estructural y poderosa– que le cuida las espaldas al artista abusador. Por eso es que desde hace unos años empecé mi cruzada por leer más mujeres y he conocido autoras increíbles que me mostraron que existe otra forma de hacer literatura. Me veo entre esas líneas, compartimos un nosotras y la verdad es que hasta ahora no me han decepcionado.
Quiero transparentar que este es un tema que constantemente me da vueltas en la mente. Tampoco he logrado resolverlo del todo, porque algunos “expertos” siempre cuestionan cuando estamos leyendo con las gafas violeta. Cuando eres mujer tienes que permanentemente demostrar tus conocimientos y eso resulta agotador. También es doloroso renunciar a algunas obras, cuando se cae del pedestal ese autor que amas. La otra opción sería intentar justificar todo por la literatura. Esto me parece un error y un egoísmo extremo hacia las miles de mujeres que son víctimas de violencia a diario.
“Es necesario apuntar también al sistema educacional y fomentar estas lecturas críticas en la sala de clases, contextualizar las novelas, debatir sobre su contenido”
Es importante releer los libros que leímos cuando niñes, darles una vuelta. Tampoco hablo de funar escritores por cada línea de sus libros. Lo que propongo es tener una mirada crítica sobre las historias que estamos leyendo. Es necesario apuntar también al sistema educacional y fomentar estas lecturas críticas en la sala de clases, contextualizar las novelas, debatir sobre su contenido. No me refiero a que los planes de lectura se centren en libros que narren abusos. Lo que propongo es que se problematicen también los roles secundarios en los que se suele ubicar a las mujeres. Como lectoras estamos constantemente silenciadas, no vivimos las aventuras de los personajes masculinos, no descubrimos cosas, no viajamos. La literatura puede actuar como un reflejo de las distintas épocas de la historia, por lo que reflexionar sobre ella es una manera de entender diferentes momentos sociales.
Vanessa Springora plantea que
Cualquier otra persona que publicara, por ejemplo, en las redes sociales, la descripción de sus relaciones con un adolescente filipino o se jactara de su colección de amantes de catorce años tendría que vérselas con la justicia y se le consideraría de inmediato un delincuente. Aparte de los artistas, solo hemos visto semejante impunidad en los curas.
¿La literatura lo disculpa todo? (181).
No señalo que todos los escritores sean abusadores y por cierto la ficción narrada no constituye necesariamente una declaración de abuso. La dificultad es mucho más sutil, la frecuencia con la que encuentro micromachismos en las obras literarias que de una u otra forma dan cuenta de la cosmovisión de quien escribe. Con el último libro que tuve esa experiencia fue Catedral de Raymond Carver. Tenía muchas expectativas y apenas lo empecé sabía que me iba a gustar. Sus cuentos tienen vueltas rápidas y es muy ágil, pero llegué a un texto “Casa del Chef”, en el que uno de los personajes era una mujer gorda. No hay nada malo con eso, pero Carver se esforzó en resaltar su gordura y no como una característica que aporta al relato, sino más bien como algo burlesco, una mujer que se llamaba Linda, pero ellos (los personajes masculinos del cuento) le decían Linda la Gorda, graciosísimo al parecer. Puede parecer una exageración, pero de inmediato me detuve y regresaron todas mis inseguridades a causa de un detalle que quizás nadie más notó, algo pequeño que ni yo en otro momento hubiese notado. Recordé que efectivamente nuestro cuerpo es motivo de burla para muchos, que todos pueden opinar de cómo nos vemos, que hay un estereotipo tan marcado de cómo debemos ser las mujeres, que agregarle “la gorda” a un nombre es un apodo chistoso y más si la persona se llama Linda, porque cómo va a ser linda si es gorda. En esa ocasión terminé el libro completo y a pesar de que seguían cuentos buenísimos, me quedaba con la sensación negativa de las páginas anteriores.
No afirmaré que Carver u otro autor es un misógino o un gordofóbico pero cuando leo también soy una persona con una experiencia de vida y cuando eres mujer sufres tantos tipos de violencias a diario que lo último que quisiera es revivirlas en la literatura. Me niego a pasarlo mal haciendo lo que más me gusta y para eso tengo mis gafas violeta.