Por Benjamín Contreras, Esteban Contreras, Sebastián Vivanco Lorca

Se ha reconocido en Rosabetty Muñoz una de las voces más hondas y singulares de la poesía chilena contemporánea. Nacida en 1969, en Ancud, Chiloé, su escritura se ha trenzado con la respiración de las islas, con la memoria de las mujeres del sur y con la persistencia de una naturaleza que se resiste a ser borrada por el vértigo del progreso y el extractivismo. Desde Canto de una oveja del rebaño (1981) hasta Hijos (1991), Sombras en El Rosselot (2002) y Ligia(2020), se ha configurado un territorio poético donde lo íntimo y lo colectivo se aúnan en favor de la gestación de una palabra que encarna la tensión entre el desarraigo y la pertenencia.

Desde este marco, se ha dicho que su poesía “habita la pérdida, la transforma en materia viva, en un lenguaje que todavía busca reparar” (Amaro 118). Allí donde la modernidad erosiona los bordes, se levantan las voces que Muñoz rescata: las del trabajo, la infancia y los cuerpos anónimos del archipiélago. Por ello, su obra ha sido leída no solo desde una envergadura testimonial asociada con lo lírico, sino también se ha concebido como una forma de resistencia cultural y de afirmación de lo local frente al centralismo y la homogeneización del discurso nacional. Se advierte en su figura una doble pertenencia: la del oficio docente y la del ejercicio poético, ambas entendidas como actos situados, de cuidado y de transmisión. Su escritura no se desvincula de la experiencia comunitaria, pues se arraiga en ella, haciendo visible un modo de estar en el mundo que une palabra y territorio.

Entre los múltiples galardones de la poeta, se destaca el fallo del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2024, donde el jurado relevó cómo la autora “escribe una poesía situada, que nos habla desde la naturaleza, los paisajes, las costumbres y los ritos de las islas de Chiloé, mostrando cómo el capitalismo acelera la pérdida de tierras y formas culturales” (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio). De esta forma, el reconocimiento no solo consagra una trayectoria de más de cuarenta años, sino que también reafirma la vigencia de una voz que interpela desde los márgenes del país y desde una ética de la memoria.

La presente entrevista se realizó de manera virtual en octubre de 2025, con la poeta en su residencia de Ancud y el equipo entrevistador en San Fernando, para Revista Hacia el Sur. En aquel encuentro se buscó escuchar el pulso de una obra que ha seguido interrogando los márgenes desde donde se renueva la poesía chilena y su modo de pensar el país desde el sur, donde la memoria se ha experimentado gesto y el lenguaje, casa.

¿Cómo conviven usted la figura de maestra y de poeta? ¿Se roza, se tensa, se fecunda el oficio?
Sí, en realidad como recurrentemente me llevan a este tema y es difícil cambiar los hechos, la realidad, como uno la recuerda, pero yo creo que fundamentalmente Gabriela Mistral ha sido central en mi proceso tanto de escritura como de formación pedagógica por la ocasión o la forma en que ella llegó a mi vida.

[Gabriela Mistral (1889–1957) fue maestra rural, poeta y diplomática chilena. Siendo la primera mujer latinoamericana en obtener el Premio Nobel de Literatura, su obra entrelaza la docencia con la ética del cuidado, configurando una poética del magisterio que marcó generaciones de lectores y escritores latinoamericana]

“Gabriela Mistral ha sido central en mi proceso tanto de escritura como de formación pedagógica. Su figura encarna para mí una estatura moral y heroica que define la pedagogía como un acto de rigor y de entrega, una forma de trascender la vida común.”

Siento que en la primera niñez, cuando uno está más curioso, abierto a todos los elementos del mundo, la poesía puede hacer un tremendo trabajo, yo lo siento como profesora, el hacer llegar ese lenguaje que es una lengua misteriosa y rítmica, llena de musicalidad, que es una cosa que encanta a los niños. Y yo soy muy agradecida tanto de mi madre como de las profesoras de primer ciclo básico que me enseñaron poemas de Gabriela Mistral cuando yo ni siquiera comprendía lo que decían ni comprendía mucho de los sentimientos tan dramáticos, trágicos, que Gabriela Mistral mostraba en algunos poemas, porque yo no me aprendía solamente las rondas, sino que me enseñaron poemas mucho más contundentes.
Debo haber tenido unos diez o doce años cuando aprendí los sonetos de la muerte, por ejemplo, y son cuestiones que marcan absolutamente no solo la educación sentimental, sino que el imaginario del que después he estado trabajando y sacando el material de mi propia escritura.
Respecto de lo de profesora, siento que hay un ingrediente de una estatura moral y una estatura heroica, incluso, en cómo plantea la pedagogía Gabriela Mistral. Con un nivel de exigencia y de rigurosidad que yo creo que fue lo que a mí más me conquistó desde el principio.
Yo no sé de la generación de ustedes en realidad, pero en mi tiempo, que uno termina siempre hablando como varias décadas para atrás, uno buscaba una estatura superior para darle sentido en realidad a la vida. Por un tiempo quería ser misionera, creía en esto de la santidad, quiero decir, son búsquedas adolescentes por darle un sentido, una significación más profunda a la vida de uno y en esos avatares encontré de nuevo a Gabriela Mistral, de otra manera, con toda su biografía, que fue para mí muy importante. El tema que haya sido una mujer que se la batió sola, es decir, sin la típica fórmula que haya estado formada para ser esposa y madre, sino que ella hizo una vida personal propia a su ritmo, con su propio impulso vital, que anduvo por tantos países, una mujer viajera, pensadora, con opinión política.

“Me da pena cuando las chicas tienen como modelo a mujeres que son pura superficie e imagen. En cambio, Gabriela Mistral y otras mujeres de su tiempo ofrecían una potencia espiritual y vital que aún nos construye.”

Yo creo que todo eso me conquistó en la adolescencia y yo soñaba, era como heroína. Por eso digo que a veces me da una pena cuando las chicas tienen de modelo algunas mujeres que son pura superficie e imagen y en cambio uno tuvo por lo menos algunas de estas mujeres con una potencia espiritual, una potencia vital. Uno se va construyendo todo el tiempo y yo creo que lo que uno lee, lo que hace que entre a su vida forma parte integral de lo que uno termina siendo, y yo me alegro mucho de que hayan puesto en mi pupitre, en la escuela primero, en mi casa, a Gabriela Mistral.

Usted ha afirmado que creció escuchando a su madre y a adultos relatar historias que eran fantásticas, pero que se presentaban como si fuesen verdad. En este sentido, ¿cómo dialoga esa tradición oral con su escritura?

Cada vez más integrada. Yo empecé a escribir desde muy niña, pero digamos que cuando yo considero que empezó a ser un oficio, con la seriedad que merece aquello, con el nivel de lectura con el rigor y la intensidad que ha sido, fue alrededor de los veinte años. O sea, hace más de cuarenta que soy escritora, como yo considero que es un escritor, que la palabra es el centro de todo, incluso de sus decisiones vitales.

“Cada vez me interesa más escuchar y atender a lo que oigo. Las voces de las mujeres chilotas, sus giros, sus historias, su manera de entender el mundo, son una materia viva. Mi poesía está profundamente comprometida con esa oralidad.”

En principio estaba como muy libresca, como muchos de nosotros cuando vamos descubriendo poetas extraordinarios, uno tiende a ir reproduciendo ciertos tips, ciertos movimientos, empieza a fascinarse con la lengua de otros y eso es muy bueno que pase también. Entonces creo que toda esa etapa primera me sirvió para llegar después a conclusiones o no conclusiones, nada está concluido, pero algunas apreciaciones como más personales y empecé a apreciar mucho más cada vez a escuchar y a ponerle atención a lo que oía, sobre todo en el contexto de mi mundo particular, propio de la comunidad donde vivía, y me empezaron a interesar mucho las voces de las viejas mujeres chilotas. Me dedicaba a notar muchas frases, giros del lenguaje, historias, yo creo que no hay nada que uno pueda imaginar que tenga el mismo peso que la vivencia o la experiencia vital de otros que la cuentan a veces con una libertad que no aspira ni pretende nada más que comunicar. Pero esa comunicación tan intensa que da a veces no solo el hecho, sino que la apreciación personal de ese hecho es lo que me ha hecho a mí llegar cada vez más a una literatura que yo encuentro que está profundamente comprometida con lo oral, hay poemas míos donde no hay nada mío, solamente el título, por ejemplo. Es decir, yo he reproducido diálogos completos de algunas personas y eso me interesa mucho, ese territorio es el que más me interesa.
Cada vez he estado haciendo más, ha ido ocupando más espacio esa habla, esa transmisión de una materia que yo encuentro completamente viva, que es la experiencia de otros, cada vez tiene más lugar en mi poesía.

[La oralidad ocupa un lugar fundante en la poesía de Muñoz, en sintonía con la tradición etnográfica chilota. Verbigracia, en En nombre de ninguna (1999) y Polvo de huesos (2012), la autora incorpora voces comunitarias y giros dialectales que restituyen una memoria colectiva]

A menudo se la asocia al sur por su procedencia, pero en su poesía el sur parece más bien una respiración, una manera de percibir. Desde este marco, ¿qué significa para usted pensar poéticamente desde el sur?

Me gusta lo que dijiste, yo creo que es un triunfo de la escritura o de que de alguna manera he logrado hacer lo que me interesa. Yo no estoy aquí en el sur solamente, como lo he dicho en otras oportunidades, por un accidente de nacimiento o porque aquí están mis padres, porque mi madre es de aquí, de un sector rural de Ancud, sino que, por elección, llega un momento en que uno toma definiciones. De hecho, hay una anécdota, un poeta muy querido para mí, cuando yo tenía como alrededor de veinticinco me dijo: “tienes que irte a Santiago, si quieres que tu poesía tenga un lugar en la literatura chilena”. Y yo le dije: “yo no voy a cambiar”, o sea, yo entiendo que la instalación vital en un territorio tiene que ver también con un espacio mental, cuando a uno le interesa realmente la escritura, que tenga un sentido y que se relacione, que se trence un poco con el destino de la comunidad también, de la historia local. A mí me interesa muchísimo eso.

Ayer estaba escuchando una canción que me gusta mucho de Joan Manuel Serrat, que se llama Pueblo Blanco, es una descripción muy desesperanzada, oscura respecto de un pueblo en el que no pasa nada. Se empieza a hablar de que cada uno de los personajes se muere, y que morir y nacer no tiene ningún sentido porque todo es lo mismo, el sol le pega encima, le cuesta el trabajo para producir algo. Da una imagen tremenda de lo que es un pueblo pequeño. Es líricamente preciosa la canción, pero yo pensaba que no puedo estar más distante de eso, siento que la instalación, no solo del imaginario, sino que como experiencia también es como escritora, pero también como ciudadana, como habitante de un lugar comprometida con que la palabra tiene que tener un sentido en esa comunidad, tiene que tener un papel dentro de habitar un determinado lugar.

Yo creo que no es un accidente que uno quiera quedarse en su pequeño lugar y yo soy totalmente contraria al tema de que es aburrido. Creo que no puede haber nada que sea menos aburrido que un pueblo pequeño, en el sentido de que lo que ocurre en la superficie, en la capa superior, puede parecer que es plana, que el tiempo es siempre lo mismo y que va dando vueltas con una cierta cadencia muy lenta. Pero lo que subyace, lo que está abajo en la superficie, es tan intenso que basta que uno tenga el ojo más aguzado para ver las profundidades del alma humana que están igual presentes ahí. No en vano Tolstoi decía: “cántale a tu aldea y será universal”, porque yo creo que no tiene que ver solo con el lugar, sino que lo que a mí me interesa es lo humano y su relación con el entorno del mundo en el que se mueve aquello que llamamos humano. Es decir, las profundidades abisales a las que puede llegar el corazón del hombre, las maravillas que puede hacer y también el horror que puede hacer están en un espacio pequeño mucho más expuesto para que uno pueda revisarlos con tranquilidad y finalmente reproducen lo que es en cualquier otro lugar.

“No me interesa un sur paradisíaco ni maldito, sino el desafío de mirar cuántos de nosotros mismos encontramos en estos lugares. En los espacios pequeños se revelan las profundidades del alma humana.”

No me interesa un sur paradisíaco ni maldito, sino el desafío de mirar cuántos de nosotros mismos encontramos en estos lugares. En los espacios pequeños se revelan las profundidades del alma humana. Como dice Kavafis en el poema de la ciudad, la gente vive soñando otras vidas, “iré a otro pueblo”, “iré a otra ciudad”, “seguro que debe haber un lugar donde voy a ser más feliz”. No, Kavafis lo dice magistralmente, una voz le responde: “no habrá otra ciudad para ti, si en este pequeño lugar la destruiste, en toda la tierra la destruiste”. Para mí esa explicación respecto de buscar voladores de luces o el esplendor de las ciudades es una búsqueda inútil cuando todo aquello que podrías encontrar aquí está también en estos pequeños lugares.

[Se alude al poema La ciudad (1910) del poeta griego Constantino Kavafis, donde la imposibilidad de huir de uno mismo se articula como metáfora de la condición humana y del destino]

El sur me interesa como forma también de conocimiento, es como cuando uno entra en el periodo de la adolescencia, siento que es lo más interesante de todo, que uno puede explorar en ese mundo o en esos mundos inagotables que hay dentro de uno, porque de verdad es que lo son. Son extraordinarios mundos dentro de uno. ¿Pero para qué quiere averiguar todo eso? Para entablar relaciones con otros que también tienen universos extraordinarios dentro de sí mismo. Así siento yo que es esto de la literatura, de la poesía. Una comunicación, pero a unos niveles de densidad que permiten que, explorando los pequeños espacios, uno pueda ser capaz de abrir al diálogo con cualquier otra comunidad así de pequeña o que aspiran a ser grandes.

¿Usted cree que esta forma de ver el sur sea necesaria para comprender al resto del país?
Yo creo que es la única o una de las pocas esperanzas que tenemos. Centrarnos en nuestros pequeños lugares, y ojalá mirar hacia atrás, lo que los mayores hacían para sobrevivir, en los tiempos tan apocalípticos que se avecinan. Yo creo que con la oscuridad, no solo con los temas económicos, sino que la violencia o una pérdida de sentido en términos generales de la vida humana ha generado un cambio de paradigma. Si ya no comprendes el mundo total en el que estás inserto, si no vuelves a mirar la naturaleza, si no vuelves a poner atención a que somos solamente uno más de los elementos de un ecosistema completo, va a ser difícil que podamos sobrevivir, no solo como especie, sino que en todo lo que nos está pasando en términos de comprender y de pensar el futuro, si es que existe un futuro.

“Los profesores no podemos no tener esperanza. Si no creemos en el porvenir, no sé qué hacemos en la pedagogía. La palabra, el aprendizaje y la poesía son también actos de fe en la humanidad.”

Yo creo que una de las formas que va a ser más acertada y que tiene esperanza es esto de volver a los pequeños lugares, a la historia de nuestros antepasados, de nuestros mayores, porque de ahí se puede sacar sabiduría, formas de entendimiento, formas de producción para alejarnos del capitalismo que ha sido salvaje, que ha sido uno de los grandes males no solamente en términos de explotación de los recursos, del extractivismo que ha sido feroz, sino que además en términos de lo que nos hace más humanos, es decir, eso de volvernos completamente individualistas, de ser más que ciudadanos consumidores, gente que está desesperada por el placer y que no es capaz de volver a las cosas más sencillas y simples. Yo creo que un camino es este, no es solamente un conocimiento de sí mismo, sino que es un camino también pensando en un porvenir, que estamos obligados a creerlo. Los profesores no podemos no tener esperanza, si no, no sé qué hacemos en la pedagogía. Hay que tener esperanza.

En muchos de sus poemas el paisaje, por ejemplo, se siente corporal, táctil y con una presencia relevante. Desde este eje presente en su poesía, ¿cómo se percibe esa frontera entre el cuerpo y el de la tierra?

A mí me encanta esa pregunta, pero es difícil de responder porque lo que logro yo, con el trabajo respecto de todos estos temas, es con la palabra lírica, es ahí donde me las juego todas y es ahí donde he dicho lo que podría decir. Yo creo que tiene mucho que ver con la condición isleña, me da la impresión que está muy ligado físicamente y también mentalmente esta idea de la tierra, del espacio como un cuerpo muy femenino encuentro yo, como esto de las pequeñas lomas suaves, las entradas de los canales y te provoca, y siempre hay por ahí alguna casa, algún elemento vital. Me da la impresión de que todo eso es muy maternal, en el mejor de los sentidos. Siempre para mí, el océano, el mar abierto, esas olas estallando contra las rocas, me recuerda más a lo masculino, es decir, es muy básico tal vez hacer en estos dos focos, pero entre medio, por supuesto, hay muchos otros temas que podríamos tratar, pero en rigor yo podría decir que eso es lo lleva también la escritura hacia lo corporal. En este sentido, tengo una inquietud respecto de lo que ha sido la percepción de sí mismas que tienen las mujeres que viven en condiciones como las isleñas.

Hace como dos o tres años, hicimos un proyecto con una socióloga: fuimos por varias islitas pequeñas de Chiloé donde todavía queda (si queda cultura de la que llamamos de tradición, con ese peso de lo mítico, si queda alguna parte de estas islas pequeñas) y estuvimos yendo a conversar a las casas donde hay muchas mujeres solas, muchas ancianas. Les preguntamos cosas bastante íntimas acerca de la percepción de ellas mismas, y el papel que tuvieron desde niñas, desde jóvenes, las distintas etapas, su encuentro con lamentación, por ejemplo, y después con su pareja, etcétera. Y es tremendo, eso sí que es dramático escuchar los testimonios, muchas de esas frases, de hecho, las estoy preparando para un poemario, pero hay en un libro que se llama Avísame cuando llegues, es un texto con varias escritoras chilenas y nos instaron a participar y allí yo mandé un texto que está construido con puras frases que escuché en esas islas. Hice una selección de esas entrevistas y es tremendo ver cómo hay una separación absoluta entre lo cuerpo, que es como lo animal, así se ve en la que trabaja, la que hace cercos, la que pica leña, tiene guaguas y toda la percepción de su valor como mujer no tiene lugar en eso, en esa percepción de lo corporal. Entonces todos esos elementos yo también los uso mucho en mi poesía.

[El proyecto aludido corresponde a un trabajo colaborativo de campo realizado por Muñoz en las islas menores del archipiélago de Chiloé hacia 2021, centrado en las representaciones del cuerpo femenino y la transmisión de saberes orales. Parte de esos registros fueron integrados al libro colectivo Avísame cuando llegues (Santiago: Planeta, 2022)]

¿Qué cambios ha visto en la forma en que las mujeres del sur escriben o se relacionan con la palabra o cómo son representadas, después de tantos años de docencia y trabajo cultural?

Ha cambiado muchísimo. Llega como siempre a los lugares más periféricos y que, si queremos llamarlos de alguna manera, son lejanos de algunos centros, llega con cierto retardo. Este es un mundo bastante conservador, pero aun así a mí me tocó ya ver las últimas generaciones de mujeres, como, a ver, recuperando un poco el poder de las mujeres, porque acá han sido siempre muy fuertes. Yo recuerdo tías, abuelas, mi madre, mujeres muy poderosas que no solo se hacían cargo de la crianza de los hijos, de las labores, a veces de las labores más tremendas, porque la isla, como ustedes saben, históricamente —y a mí me tocó verlo mucho en mi familia— se iban los hombres, porque acá las condiciones económicas no eran, nunca han sido buenas, y se iban a trabajar al sur argentino, a la Patagonia chilena también.
Y entonces varios meses se quedaban ellas a cargo de todo: eso significaba la siembra, la pesca, la marcada, los cercos, la leña, todo lo que tenían que procurar ellas, además de criar a los hijos, etcétera. En esa fortaleza, que era fortaleza física pero también de carácter, de ser un carácter muy poderoso de estas mujeres que sostenían el mundo en realidad, también después empezó de a poco a tomar otros papeles. Por ejemplo, casi todas las dirigentas vecinales acá son mujeres: de las juntas de vecinos, de los clubes de ancianos, muchas directivas de mujeres en los colegios, en las directivas de padres y apoderados y de estudiantes también son mujeres. Es como ir tomando paulatinamente papeles que antes no se tomaban, como lo público, por ejemplo. Pero también uno ve lo frágil que es todo eso, porque sabemos cuánto tienen que ver todas las decisiones políticas. Por ejemplo, uno de los temas que yo como profesora he visto muchísimo es el tema de los embarazos adolescentes. Y quiero decir que eso, que era tan castigado socialmente, ahora tal vez no lo es, pero el peso sigue siendo de las mujeres todavía, aun hoy, de las chicas de quince, catorce, dieciséis años que quedan embarazadas y que ven cómo la vida se les viene encima y no tienen ninguna opción. Y desgraciadamente son muchas mujeres las que reproducen ese machismo.

Frente a esta amenaza del machismo, y considerando las grandes conquistas de las mujeres, ¿qué memorias o gestos comunitarios siente que su poesía intenta preservar o volver a poner en circulación como una manera de contribuir a rescatar o mantener estas conquistas?

A mí no me parece que la poesía tenga que ser tan declarativa. Yo podría reconocer algunas cosas que aparecen, que a mí me interesan mucho. Por ejemplo, me parece que la solidaridad de las mujeres, la solidaridad concreta, experiencial, vale tres veces lo que cuesta cualquier declaración de un manifiesto feminista que ha sido construida en una universidad. Es decir, estas mujeres que no necesitan que les hablen de sororidad para tener un profundo nexo, una con otra, en ayudarse en estas comunidades pequeñas. Eso me parece una cuestión que yo querría que sea uno de los valores que se representan, que se reconozcan, y sobre todo que las mujeres lo reconozcan:  hay un poder de solidaridad profunda entre las mujeres antiguas y que se ha extendido a lo largo de las generaciones como un valor encuentro sustancial. Eso me interesa mucho.

“me parece que esa es una brillantez femenina también: la de armar mundos y sostener mundos. Es decir, todo el relato, todo lo mítico que hay acá, yo creo que ha salido de la voz de la oralidad de las mujeres.”

Lo otro es la capacidad de sostener un espacio vital, de formar ambientes dentro de las casas. Para esto de la pandemia, por ejemplo, escribí un libro que se llama La voz de la casa, que publicó la Universidad Católica del Maule, que eran puros recuerdos que yo tenía de cómo adentro de la casa se podían vivir espacios de felicidad también, espacios de encuentro profundo. Porque cuando estuvimos obligados a entrar, a quedarnos dentro de las casas, empecé a recordar lo que hacían mi madre y muchas otras mujeres de acá con los inviernos, estos largos inviernos en que no se podía salir por esos temporales tremendos, y tenían varios niños, y tenían que tenerlos adentro de las casas. Yo he trabajado hartos textos sobre eso, porque me parece que esa es una brillantez femenina también: la de armar mundos y sostener mundos. Es decir, todo el relato, todo lo mítico que hay acá, yo creo que ha salido de la voz de la oralidad de las mujeres. Ellas son las que cuentan esos cuentos, las que han inventado y las que han creado todo un relato que sigue conservándose hasta hoy. Yo creo que esas son como pilares o piedras angulares dentro de lo que considero como lo mejor de los mundos antiguos.

Igual ciertas reservas de saberes que tienen que ver con la naturaleza, con el conocimiento de la naturaleza, con el respeto al tema de las mareas, de los cultivos, es decir, toda esa sabiduría que se ha transmitido oralmente, yo creo que también es otra piedra angular de este mundo que hay que mirar con detención para tratar de conservarlo.

¿A quién cree que le habla hoy en día su poesía?

En realidad, uno escribe, no es que exista un lector. Uno en realidad escribe, pero, por otro lado, yo soy un habitante de Chiloé, también una ciudadana, una madre, una abuela, y me gustaría que lo lean mis vecinos. O sea, que la gente que está por acá cerca, que ojalá dijera esto, como el otro día pasó en una comunidad de lectores: estábamos leyendo a Edesio Alvarado, que para mí es uno de los escritores más extraordinarios que hay en Chile. La comunidad leyó las obras completas, y una de las integrantes de la comunidad dijo: “Esos no son personajes, esos son mis vecinos”. Eso para mí es un comentario extraordinario. Que uno pueda hacer que la gente que debería ser el primer lector —el que me gustaría a mí que me lea— sea la de acá primero: mis vecinos, mis hijos, mis nietos, los que han sido estudiantes míos. Imagínense, en cuarenta años, cuántas generaciones habrán pasado. Serían los primeros lectores. Pero para que vean ustedes la paradoja: creo que es donde menos se me lee, en Chiloé. Ocurren esas cosas. Por otro lado, también tiene su parte buena: uno sigue siendo igual que cualquier persona que va por la calle, nadie te está hablando de tus libros ni nada de eso. Recién me empezaron a poner atención cuando empecé a salir en la prensa, cosa que también es triste, porque es como reproducir el mismo sistema desde el centro: señalan a alguien y entonces lo ve la gente que está alrededor. Eso es triste que pase, pero honestamente me acomoda.

Me acomoda ir a comprar a la farmacia y que esté atendiendo un exestudiante y que me pregunte cómo lo he pasado en el invierno más que estar hablando de cosas que igual a uno le da pudor, andar hablando sobre su trabajo, etcétera. Es como raro en el lugar donde uno vive. Pero en la intimidad de la lectura, libro-ojo, me gustaría ser leída por, como digo yo, esta parte primero; pero después, claro, ojalá se abran más espacios de lectura.

Al recibir el Premio Iberoamericano Pablo Neruda, ¿cómo vivió esa visibilidad desde su identidad peninsular y periférica?

Todo lo que me ha pasado literariamente, que ha sido mucho y muy bueno, ha sido paulatino, en cuarenta años bien distribuido sí, pero yo he tenido alegrías muy grandes. El Premio Altazor, que a mí me gustó mucho porque es un premio que dan los pares y que firmaban, o sea, ellos votan. Había un colegio votante de más de cien escritores, entre los cuales había varios premios nacionales, por ejemplo. Eso fue muy impactante.

“Yo creo que para eso sirven los premios: para ir abriendo ventanas hacia distintos lugares y produciendo encuentros. A mí siguen interesándome mucho los seres humanos, las personas me gustan mucho, a pesar de que hay personas horrendas, también es interesante.”

Y hay muchos reconocimientos que han llegado que han sido como un gran incentivo para seguir. Esa es una cosa. Y la otra, porque van abriendo campos de lectura; o sea, no solo quienes te leen, sino que más lectores, y eso es un diálogo siempre. Para mí es un milagro que alguien vaya y me diga “leí su libro”, “sentí esto”. Hay gente que dice lo que le ha pasado con los libros. Eso es emocionante para mí. Yo creo que para eso sirven los premios: para ir abriendo ventanas hacia distintos lugares y produciendo encuentros. A mí siguen interesándome mucho los seres humanos, las personas me gustan mucho, a pesar de que hay personas horrendas, también es interesante. Me gustan mucho las personas. Será por mi formación, no sé, pero me gusta mucho. Y entonces lo que van a hacer los premios es esto: ir abriendo espacios de lecturas nuevas. Y también la cosa económica es muy buena, porque yo empecé, primero vengo de una infancia que era bastante humilde. Después tuve que trabajar harto, empecé a tener hijos, todo. Siempre fue el tema económico difícil, no para llorar, no era miserable, pero no podía comprar libros, por ejemplo. En cambio, ahora puedo comprar los libros que necesito y que quiero. Eso para mí es uno de los privilegios más grandes que tengo. Todos los libros que quiera. Eso encuentro que ya es como llegar a un estado casi de flotación, así como de elevación.

[Rosabetty Muñoz ha recibido el Premio Altazor de las Artes Nacionales (2013) por Polvo de huesos y el Premio Pablo Neruda (2024), ambos otorgados por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Estos reconocimientos consolidan su figura como una de las voces más relevantes de la poesía chilena contemporánea]

Antes, yo entré a trabajar a los veintitrés años y ya era la vieja de Castellano. Lo único que me gustaría agregar es que es una profesión extraordinaria, desgraciadamente está muy degradada. Yo creo que lo peor que nos ha pasado a los profesores es que hemos perdido la consideración social. La gente ya no valoriza el trabajo, los apoderados, las familias no valorizan el peso que tiene el trabajo pedagógico y, por lo tanto, no apoyan como apoyaban en otro momento y compartían la formación, esto de formar almas que decía Gabriela Mistral. Eso es como triste, y en una sociedad tan tremenda como la que estamos viviendo. Bueno, en fin, hay muchas cosas en lo pedagógico para hablar.

[La entrevistada retoma la noción mistraliana de “formar almas”, expresión recurrente en los Recados (1934), donde Mistral articula una pedagogía espiritual y estética en torno al oficio docente]

A lo largo de esta entrevista, Rosabetty Muñoz reafirma que su escritura no puede separarse del territorio ni de la comunidad que la sostiene. Desde la memoria oral de las mujeres chilotas hasta la conciencia crítica frente al extractivismo y a los modelos culturales que erosionan la vida local, su palabra se ofrece como un acto de resistencia íntima y colectiva. La poeta insiste en la potencia de los pequeños lugares, en la necesidad de volver a los saberes transmitidos por generaciones y en la capacidad humana —particularmente femenina— de sostener mundos incluso en condiciones adversas.

Desde este marco, Rosabetty reivindica la “potencia espiritual y vital” de la mujer, así como proyecta su papel no desde un carácter pasivo frente a las contingencias que permean la vida social y privada de ellas, sino como aquellas que contribuyen a darle forma a estos aspectos de la vida isleña creando y preservando cosmovisiones y formas de vida de las que la literatura, sea escrita u oral, tampoco es disociable.

En este sentido, su obra no busca proclamarse desde el centro, sino abrir diálogos desde los márgenes o lo local, donde aún es posible imaginar otras formas de convivencia, de cuidado y de porvenir frente al resto de regiones del país que han tenido mayor o menor protagonismo que su lugar de origen. Colocando así a Chiloé y su gente en el mapa nacional de manera subrayada.

Como la misma poeta señala, la esperanza es un imperativo ético, especialmente para quienes enseñan y se vertebran en la palabra. Sobre la base de esta premisa, se espera que esta entrevista contribuya a difundir esas voces, gestos y memoria que su poesía resguarda, y que, como ella sugiere, continúan iluminando el sur como un espacio desde donde todavía es posible pensar el país y, sobre todo, la humanidad.

Referencias bibliográficas

Amaro, Lorena. Poesía chilena actual: desplazamientos, filiaciones y fracturas. Cuarto Propio, 2018.

Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. La poeta y docente chilena Rosabetty Muñoz es la nueva ganadora del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2024, 27 jun. 2024,
https://www.cultura.gob.cl/actualidad/la-poeta-y-docente-chilena-rosabetty-munoz-es-la-nueva-ganadora-del-premio-iberoamericano-de-poesia-pablo-neruda-2024/.

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